Vivire est cogitare: La venganza

Paco López Villarejo.
Pedro Sánchez, con su empecinada negativa a coadyuvar, aún en la más estricta y necesaria medida, a que el candidato más votado forme gobierno, me recuerda a ese tipo  que había convertido en objetivo de su vida el liberar de las gomas los crustáceos de las peceras de los restaurante, a ese salvador de nada, a ese surrealista personaje que ha marcado su linde y que no escucha a nadie que intente apartarlo de su camino. Aunque su camino le lleve a ningún sitio, como le ocurrirá salvo que corrija su trayectoria.
Nadie ignora que en unas hipotéticas terceras elecciones, si a ellas llegamos,  el PSOE va a pagar un altísimo precio (y no me cuenten lo de la encuesta del CIS que le da medio punto más por dos razones: por estar hecha pocos días después del 26 J y por ser, precisamente, una encuesta: sus niveles de acierto y credibilidad, como ya ha quedado de manifiesto, son nulos), y lo sabe el obcecado líder socialista. Pero parece no importarle. ¿Por qué? Pues por la misma razón que no le importa al de las gomas dejarse los dedos entre las poderosas pinzas de cualquier bogavante: porque lo sustancial no es el resultado de la actuación sino el cumplimiento de un propósito. O quizás, y sería penoso, porque crea, con Serge Daney, que «no hay nada como representar la ignorancia de los espectadores para legitimarla»
Pero creo que el propósito de Sánchez es vengarse, ver a su enemigo sufriendo la misma agónica situación que él, darse el gusto de asistir al fracaso de Rajoy. Escuchar y deleitarse en los noes, en el rechazo de la Cámara a que el del PP forme gobierno. Tener el placer de ningunear a su enemigo como él fue ninguneado. Y todo lo demás le importa muy poco. Su resentimiento es más poderoso que la lógica y que la razón de Estado. Incluso más poderoso que su deseo de ser líder de la oposición pues mal puede ser oposición de un gobierno que puede no llegar a materializarse. Casi me atrevo a decir: más fuerte que su necesidad de continuar liderando al partido que representa. Es como un condenado que prefiriera no salvarse antes de salvar a su enemigo. Me hundo en el abismo pero tu vienes conmigo. Ya lo dijo Confucio: «Antes de iniciar un viaje de venganza es mejor que caves dos tumbas».
Lo malo es que todo el país se hunde también. Que su carencia absoluta de generosidad política, de lógica estratégica, nos arrastra a todos. Rivera ha dado un paso importante, resultado de un cálculo estratégico elemental: No me gusta Rajoy pero no quiero pagar el precio electoral de no haber hecho lo posible por ayudarle a formar gobierno. Y eso está devorando al socialista: frente a su estúpido y cainita planteamiento de las derechas y las izquierdas (alguien le tendría que explicar que el profundo cambio social propiciado por la evolución económica y tecnológica ha transformado en arcaica esa dicotomía, la ha diluido, la hecho más ambigua y lábil), el joven representante de Ciudadanos ha dado un importante paso adelante presentando propuestas en favor de la gobernabilidad de España. Y dejando claro que no es Rajoy un personaje grato para él ni para su partido, como no lo es para casi nadie, no nos engañemos.
Al personaje de las gomas solo le interesa la pose de intentar lo imposible: liberar las poderosas pinzas de los crustáceos (no de todos ni siempre: a los que logre arrancárselas pronto le pondrán otras) como al secretario general del PSOE solo le interesa consumar su venganza, aunque después sea defenestrado o no tenga más remedio que apoyar a su enemigo. Recuerdo lo que decía Maurice Barrés: «En la venganza, el débil es siempre el más feroz».  Y aunque me puedan aducir que el hecho de que un objetivo sea complicado de lograr no exime de la lucha para conseguirlo, este líder in extremis -cuantos en el partido deben estar lamentando el fracaso del señor Madina- no logra separar propósito, instrumentos, medios y objetivos. Así, sin estos extremos claros y  razonablemente planteados, si el objetivo no es, aunque complicado o muy difícil, lógicamente conseguible  aunque sea tras muchos esfuerzos y a largo plazo, la lucha es estéril y, por tanto, inútil. Que alguien se lo razone.
Se debe a Mao Zedong una interesante y cierta reflexión: «La guerra es política con sangre pero la política es guerra sin sangre».  Casi cuarenta y siete millones de espectadores estamos asistiendo, como Don Tancredo esperando al toro que puede matarlo,  a un espectáculo lamentable y bochornoso: Se han escogido a una serie de líderes para que, pacíficamente, lleguen a acuerdos de gobierno pero estos han preferido, por segunda vez, volver a subir al ring y hacerse la guerra. Se les ha debido atragantar Maquiavelo y su concepto de guerra y necesidad («La guerra es justa cuando es necesaria») y todos, con tácticas insufribles (la ambigüedad de Rajoy y su falaz utilización de los tiempos así como su medida amenaza de las terceras elecciones y su reciente descubrimiento de la democracia interna o el No de Sánchez, esclavo de su deseo de venganza oculto en su manido discursos de izquierda/derecha, de buenos y malos) muelen exclusivamente su propio grano mientras el granero del Estado empieza a pudrirse.
Y lo peor de ir a terceras elecciones, siendo ya nefasto de por sí el hecho, es que si el destino o algún fatum compasivo no lo remedia se presentarán los mismos. Con un par. No vayan ustedes a creer que van a ser generosos y a realizar la correcta lectura del asunto: No. Seguirán ahí, impasible el ademán y poniendo sus intereses por delante de cualquier otra consideración. ¡Que suerte sentirse tan imprescindibles! Envidio ese altísimo nivel de autoestima, esa carencia absoluta de autocrítica, esa mano de hierro para controlar al partido que los sostiene. Dice Paul, un personaje de «Historia de un canalla», la última novela de Julia Navarro, que «No hay nada más duradero que un amor imposible». Pues eso, pónganle nombres y, como decía mi madre: «Que dios nos coja confesados».
Francisco López Villarejo
Doctor en Historia. Consultor cinematográfico

 

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