Lorenzo Jiménez Márquez
Economista
El ministro de Consumo, Alberto Garzón, en una de sus escasas comparecencias ante los medios debido a la crisis del coronavirus, fue protagonista de una reflexión que muchos consideran tan indiscutible y tan lúcida como brillante: «Hemos comprobado que ahora que no hay eventos deportivos… han bajado las estadísticas de apuestas deportivas». Con este tipo de reflexión tan profunda ocurrió lo que suele ocurrir en un país como el nuestro, el cachondeo en las redes sociales por tal afirmación fue impresionante, los comentarios sirvieron para dar al ministro la notoriedad que no había conseguido hasta la fecha.
El mismo ministro, en la última Comisión de Sanidad y Consumo del Congreso de los Diputados, dijo que el turismo es un «sector de bajo valor añadido, estacional y precario». Afortunadamente, la vicepresidenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, ha recordado que el turismo tiene «un peso muy importante» en el PIB español y juega un «importante papel» tanto económico como social.
Un sector que aporta más del 13% del PIB y, que según un informe elaborado por la asociación empresarial Word Travel &Tourism Council (WTTC) durante el período 2010-2018, tuvo un crecimiento anual del 3,38%. Un sector que ha seguido aumentando su peso en la economía española, principalmente, y según el mismo informe, por el incremento de gasto de los turistas extranjeros. Si a esto añadimos que este sector emplea según el INE a más del 12% del total y que, según informe del Banco de España, el turismo contribuye a mitigar el saldo negativo de la balanza comercial.
Sin ser un experto en la materia y sólo analizando estos datos, me parece que nuestro ministro o bien tiene un «desconocimiento supino» del sector y lo que representa para el conjunto de la economía o es un irresponsable, y creo que en cualquier país medianamente serio tendría que haber cesado de forma automática por tal barbaridad. Y es que en los últimos años la reputación de nuestro país ha mejorado gracias al proyecto Marca España y el turismo es uno de los pilares de la marca España y esperemos que lo siga siendo.
Pero como dicen en mi pueblo «éramos pocos y parió la abuela», la no menos acreditada ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ha remitido hace unos días instrucciones a los inspectores de trabajo para que persigan las supuestas condiciones de «esclavitud laboral o prácticas similares» o «malos tratos» en las próximas campañas agrícolas. Creo que esta señora, como nuestro afamado Sr. Garzón, tiene un desconocimiento total de la realidad de nuestro sector agrario, entre otras cosas, y que yo sepa, se trata de un sector regulado por convenios colectivos que firman la patronal y las centrales sindicales. Como bien dicen las organizaciones agrarias, deben preocuparse por los bajos precios en origen y por la escasa rentabilidad del sector.
Del mismo modo que decíamos con el sector turístico, resulta que el agrario es estratégico para España, no sólo por su importancia económica sino también por su importancia ambiental y social. Además, como elemento vertebrador y cohesionador del territorio es uno de los de mayor peso en el conjunto de la economía, (supone casi el 10% del PIB), con un saldo en la balanza comercial positiva, lo que significa que el valor de exportaciones de productos agrícolas, principalmente frutas y hortalizas, carne, aceite y vino, es superior a las importaciones.
En vista de las manifestaciones de nuestros ministros, da la sensación de que la izquierda radical quiere cargarse dos sectores que representan casi el 25% del PIB: Si a esto añadimos las manifestaciones de la líder de Adelante Andalucía, confluencia entre Podemos e IU en la comunidad, atacando al turismo tras demonizar a la agricultura, hasta el punto de indicar a las empresas extranjeras que no comprasen frutas y verduras del campo andaluz. Tendré que darle la razón a Pérez Reverte cuando dice que «un tonto es mucho más peligroso que un malvado y las consecuencias pueden ser peores a la larga«. Ya lo decía el dramaturgo irlandés Bernard Shaw, «los perros no molestan hasta que ladran y los necios hasta que hablan«.
Si hiciésemos una analogía del Estado con una empresa, vemos que en estas dependen, para crecer y definir su rumbo, de sus directivos y estos deben tener: compromiso con la misión, confianza en sí mismo e integridad personal, también, deben cumplir con ciertas virtudes que lo van a guiar en la buena toma de sus decisiones como son la prudencia, templanza, justicia, etc. Parece que la actitud irresponsable de estos ministros, así como de algunos dirigentes de partido dista mucho de lo que un directivo debe hacer en una empresa. En algunos aspectos da la impresión que han cambiado su estrategia en lo que respecta a las empresas españolas y pueden salir gravemente perjudicada. Se olvidan que el progreso y el bienestar de una sociedad depende en gran medida del número y tamaño de sus empresas y, lógicamente, de los resultados obtenidos por estas.
En una economía de mercado como la nuestra la relación entre empresas, consumidores finales, trabajadores o inversores se regula a través de la oferta y demanda. Por ello, es preciso generar confianza y certidumbre en la sociedad con un modelo empresarial responsable y comprometido. En este contexto, hay que reconocer a la empresa la función social como creadora de empleo y riqueza.
Como decía en el último artículo publicado en HuelvaRed titulado ¿Es preciso un cambio de política? «Necesitamos un gobierno que ejecute y que la economía la lleven profesionales que sepan, personas que tengan experiencia en la gestión pública o privada. … es el momento de tener un ejecutivo de técnicos, de emprendedores, de gente que tenga experiencia en la gestión o si queremos llamarlo de otra forma tener un gobierno de expertos, menos políticos y más emprendedores».
Está claro que estos personajes no conocen el chiste del caballo, en la que se encuentran dos amigos y uno le dice al otro: ¿Qué tal te va? Pues regular, ¿y a ti? A mi fenomenal. ¿Y eso? Me he comprado un caballo fuera de serie, es una maravilla. Cuenta, cuenta… Pues, es un pura sangre y está amaestrado. Te lo compro. Ni de coña. Te he dicho que ha ganado los mejores campeonatos mundiales hípicos. He ganado mucho, mucho dinero en las apuestas… Te doy 50.000 € por el caballo. Bueno, por ser mi amigo, te lo vendo. Pero con mucha pena…Al mes se vuelven a encontrar. ¿Qué tal te va con el caballo? Pues de pena. Corre menos que una tortuga. No obedece. No hace nada. Solo sabe comer y cagar… Tú sigue hablando así del caballo que lo vas a vender… Pues eso, que sigan hablando así del caballo (turismo y agricultura), sectores cuyo impacto en el mercado laboral y económico representan un cuarto del PIB y como el del chiste «que sigan hablando así del caballo que lo van a vender».
Como ocurre en cualquier organización empresarial todo es mejorable y en ambos sectores habrán de establecerse objetivos orientados a garantizar la sostenibilidad económica, medioambiental y social en el medio plazo, basadas en palancas como las nuevas tecnologías, la innovación, la digitalización, la diferenciación, etc.
Pero este tipo de transformaciones requiere el compromiso de las instituciones, que deberán apostar por un entorno normativo predecible, sencillo y ágil, basados en la productividad, la eficiencia y la competitividad del sector, evitando, en la medida de los posible, la incertidumbre que es un factor clave, ya sea en política, en la economía real o en los mercados financieros, y está ligada al miedo, al riesgo, a lo desconocido. Por ello en un político, en un empresario o en un dirigente es muy importante la capacidad de generar certidumbre y la carencia de esta cualidad los convierte en un mal compañero de viajes y por supuesto de gobierno.
Escribe una respuesta